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miércoles, 13 de agosto de 2008

ROSAS AMARILLAS

ROSAS AMARILLAS.

Pontevedra, 29 de agosto de 2003.


Cuanto te quise y cuanto no te quise.
Te quise desnuda en el alba naciente
Te quise muerta de amor en los mediodías absurdos.
Todo mi amor se desprendía de mis palabras preñadas de mañana en cinta, absorta ante la belleza existente, lejos de las fuentes del miedo y de la muerte.
Todo mi amor permanente dibujado en el cielo azul, en el mar verde, y en tus ojos negros que parecen perderse como miradas extrávicas en busca de algún amor perdido en una batalla falsa en la que los aguerridos soldados eran tremendos besos que hacían de mis rojos labios, ventosas permanentes adheridas a tu boca hambrienta de profundo amor. Por un momento absurdo creí perder el rumbo establecido por mis absurdos besos.
Pero con gran arrogancia te pusiste firme, derecha y no supe sí eras estatua pétrea o hermosa mujer viva. Volví a perderme en mi mismo, volví a perderme en ti misma. Inundaste con tremenda fuerza la luz de la habitación verde. Todo parecía un sueño profundo, un mundo de títeres y cabezudos, o una suboordinación tremenda a tus absurdas impuestas reglas del juego, pero era el fuego temible y la pasión caliente. Que absurdo era lo absurdo y que magnífico resultada jugar al juego del amor tremendamente caliente, sensato, dulce, amargo, salado...Pero al final de todos los finales y en el fin de todos los fines, cuando ella y yo caminábamos por los estrechos senderos de los jardines multicolores, yo me acerqué a un rosal de rosas amarillas, y con una tijera negra podadora le corté una rosa amarilla. Le corté los dolorosos pinchos, guardé la tijera. Ella, con delicadeza, cogió su rosa amarilla en sus manos pequeñas. Aunque la rosa era inodora, la acercó lentamente a su nariz corta y a sus carnosos labios. Con la rosa amarilla en su pequeñita mano, me abrazó con fuerza inusual. Desde aquel día, todos nuestros días siguientes fueron días de rosas amarillas y nuestra felicidad ilimitada caminaba por los jardines multicolores. Fuimos inusualmente felices y tremendos enamorados.

Miguel Dubois.